La fe de los primeros
cristianos estaba orientada hacia el lugar correcto, o sea, hacía el cielo
(Colosenses 3:2), ellos entendían claramente a donde pertenecían (Filipenses
3:20), nunca anhelaron apropiarse de
este mundo, ni amaron este mundo (1 Juan 2:15), solo buscaban que todos
recibieran el perdón de sus pecados para ser librados de la ira venidera que
vendrá a este mundo en los últimos tiempos (1 Tesalonicenses 1:10), y el
testimonio que podemos encontrar en la Biblia es abrumador y muy claro. Ellos
vivían esperando el regreso de Cristo para traer la consumación de la justicia
en la tierra (Isaías 11:4; Apocalipsis 12:5), y vivían velando (Mateo 25:13; 1
Pedro 4:7), tal como Jesús se los indicó, porque no sabían cuanto tiempo
tendría que pasar para que este gran evento culmine con la historia de
redención que se inauguró con el nacimiento de Cristo y que será el
cumplimiento final de la historia humana (Mateo 24:14; Hechos 17:26) para establecer
el reino de Dios en toda su plenitud (Apocalipsis 11:15; 20:6; 22:5). Pero de
ninguna manera vivían encerrados, escondidos, ni con una mentalidad escapista,
pensar de ellos así sería una gran mentira e injusticia.